Ha dejado de llover de repente. Toda la humedad abandona mi cuerpo y siento la sed apoderándose de mis juntas, de mis abotargados engranajes.
En la oscuridad que antecede a la tormenta ahuequé mis manos, corrí entre los charcos junto a las aceras palpitantes, lamenté no haber abierto más los labios.
(Como si se pudiera beber más fuerte.)
Después. Ha dejado de llover.
El cielo se abre y desaparezco.
Mi corazón bombea ahora despacio. En un silencio confortable para mi mente se presume a lo lejos una fiesta, luces, una melodía de Coltrane. Me veo allí, brindando con gintonic.
Mientras, aquí, la sed desplaza mi cuerpo y pervivo solo en el vacío.
Desvelada, y con mi piel ya cuarteada, improvisada de sol, me esfumo.
Y todo porque ha dejado de llover.
Y ha sido de repente.
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